Pero ¿por qué insistir en el lenguaje inclusivo?

Porque el lenguaje NO inclusivo es una muestra de la preeminencia de lo masculino (basta leer la entrevista para notar la escasez de sustantivos femeninos), que refleja lo desbalanceado de nuestro mundo en cuestiones de género: no hay referencias a una sola mujer destacada en la literatura. Los varones compiten entre sí pero el talento de las mujeres no alcanza, vaya.


Sí se nombra a una mujer en el ámbito político, se trata de la antagonista. Esa Eva pues, que no se conforma con las cosas como son.
El lenguaje inclusivo no implica necesariamente duplicar las palabras en una oración, implica pensar y sustituir por sustantivos no masculinos para lograr balance. Conceptos expresados en masculino plural, como *los niños*, *los jóvenes*, pueden expresarse también en femenino plural, *la niñez*, *la juventud*. Toma un poco de tiempo acostumbrarse a estar atentos, pero vale mucho la pena, porque entonces nos estamos forzando a reconocer explícitamente que hay individuos femeninos entre la niñez y la juventud y que esos individuos femeninos no son exactamente iguales a los masculinos en términos de derechos y oportunidades, cosa que ni siquiera pasa por la cabeza cuando usamos el llamado plural masculino.


Pienso que quienes se resisten al lenguaje inclusivo o no entienden a qué nos referimos o creen que no vale la pena el esfuerzo.


Lo que no se nombra no existe (lo que no se cuenta no existe, diríamos en las oficinas de estadística). La invisibilización de lo femenino es un rasgo cultural, una mala costumbre, que sí puede y debe evolucionar, como el arte y la ciencia, en general.

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Síganme para más soliloquios.

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